Según fuentes del Instituto Europeo de Estadística, Eurostat, con fecha Agosto de 2017 la tasa de desempleo en el estado español rondaba el 17% de la población activa, cerca de los 4 millones de personas en edad de trabajar que no acceden al mercado laboral. Con la reciente crisis económica, financiera y del ladrillo se  llegó a niveles de 6 millones de personas en paro hacia el año 2013. Además, a día de hoy, una parte muy importante de los puestos de trabajo de nueva creación, sobre todo los relacionados con los sectores primario y de servicios, tienen una alta precariedad y temporalidad.

Sin embargo, al mismo tiempo, nos encontramos con un gran déficit de profesionales con perfiles de media y alta cualificación, especialmente en los campos de la ingeniería. Las empresas industriales necesitan ampliar su capital humano, pero se encuentran con grandes dificultades para hacerlo dada la escasez de profesionales, con experiencia o sin ella -pero al menos con ciertos niveles de estudio- en disposición de incorporar a los equipos de trabajo.

Por lo tanto, no es difícil concluir que hay una gran descompensación de capacitación entre la masa laboral disponible en el mercado y lo demandado por las empresas modernas. Hay muchos y complejos factores por los cuales se da este hecho y, en nuestra opinión, se trata de un problema crónico con difícil resolución a corto plazo. Es fundamental buscar medidas correctoras a medio y largo plazo. La solución debe de acometer desde las etapas infantiles y juveniles de los que en unos años estarán llamados a convertirse en los futuros profesionales. Es necesario crear, mantener y continuamente renovar el músculo tecnológico que haga que nuestra empresa sea pionera y competitiva.

Sabemos que tenemos que trabajar juntos en este camino y desde los diferentes frentes: educacional, institucional, empresarial,… pero es en el ámbito familiar y social, posiblemente el más importante pero también el que más carencias sufre, donde más se debe incidir. Porque, para que nuestra industria del futuro sea moderna, limpia, productiva, de calidad y competitiva, la masa profesional que lleve sus riendas no sólo deberá de estar capacitada, sino también ilusionada y motivada. Y estos grandes ingenieros, expertos, arquitectos, programadores, diseñadores,… que necesitaremos dentro de unos años, ahora son jóvenes y niños.

Tenemos que lograr que los niños y niñas sientan amor por la tecnología y la ingeniería.

Está en la naturaleza de los niños y niñas el ser curioso, preguntarse cómo funciona esto y aquello, sorprenderse por qué, para qué y cómo las máquinas y los robots se mueven. Pero, lamentablemente, con el paso de los años la mayoría de esas personas pierde esas ilusiones, simplemente porque a lo largo de su vida no han tenido la motivación necesaria para mantener viva esa llama, esos jóvenes evolucionan a la hora de convertirse en adultos a un estado de mayor pasividad hacia la sorpresa. Y muchos de esos chavales, que siendo pequeños gozaban creando, construyendo, diseñando,… cuando crecen y entran en el mercado laboral han perdido el horizonte de disfrutar con lo que hacen, se crea una barrera infranqueable entre lo que antes era el juego y ahora es el trabajo. Y ese trabajo remunerado, para muchos,ya no es algo de lo que sentirse orgulloso cuando se ve el resultado del esfuerzo realizado, sino un mal necesario, un trámite imprescindible para lograr otras metas de sus vidas que consideran que empiezan en el momento en que salen de su puesto de trabajo.

Podemos, y debemos, hacer mucho para revertir esta tendencia porque en cómo nos sentimos en el entorno laboral está una gran parte del éxito de nosotros como profesionales y empresas. Se echa mucha culpa de la falta de motivación a las direcciones de las empresas, y sin duda es cierto que es, también, responsabilidad de los directivos conseguir que sus equipos de trabajo se mantengan ilusionados con sus proyectos. Pero algo falla de base cuando el joven que accede por primera vez a su puesto de trabajo llega ya desilusionado, no es receptivo, y lo que valora es una remuneración lo más alta posible a la vez de con el mínimo esfuerzo. Lamentamos decir que esto mismo es con lo que nos encontramos cada vez en más ocasiones desde nuestros departamentos de recursos humanos. Esta desmotivación no nace con el niño, sino que es la sociedad y el entorno quien la genera.

Los niños disfrutan con la tecnología y la ingeniería.

Y esto no lo debemos desperdiciar. Tanto nosotros cuando hemos sido pequeños como nuestros hijos ahora, todos nos lo hemos pasado bien jugando, solos o en grupo, a construir un coche o una nave espacial con unas cajas de cartón, o hacer una cabaña con ramas y cañas. Pocos chavales hay que, siendo pequeños, no se lo pasen bomba jugando, por ejemplo, con bloques de legos. Primero construyen siguiendo las instrucciones de los packs, pero enseguida se mezclan las piezas de los diferentes conjuntos y es en ese momento donde se lanza el niño a imaginar y construir máquinas imposibles y maravillosas, nunca antes creadas. Es ingeniería pura. Hoy en día estos juegos han evolucionado y ya estas construcciones tienen motores y sensores, incluso se pueden programar. Estos niños ya tienen la capacidad de diseñar y ensamblar sus propios robots y máquinas móviles e inteligentes. Lo mismo sucede con infinidad de plataformas que han sido creadas especialmente para que los niños y niñas realicen sus creaciones de software, tales como Minecraft o la programación en Scratch.

Si estos jóvenes están tan motivados con estas actividades, y éstas se diferencian tan poco en sustancia con las que realiza un ingeniero en su puesto de trabajo, ¿qué es lo que falla?

La sociedad y la familia no incentivan de la forma correcta al niño en la tecnología.

A los niños y niñas se les dirige, desde la sociedad, más a juegos de competición y deporte que a la creatividad y a fomentar su capacidad de construir. Hemos sabido de diferentes iniciativas para tratar de crear grupos de trabajo de niños en torno a la tecnología, ingeniería y robótica con muy poco éxito cuando entran en incompatibilidad de horarios con otras actividades. Mayormente hay muy buena aceptación de plataformas de cursos muy acotados en duración, o campamentos tecnológicos, pero mucha de esa aceptación nace como planteamiento de “guardería” y de tener ocupados a los chavales cuando los padres están trabajando en esos periodos en los que los chicos y chicas tienen vacaciones escolares. Es decir, las actividades que fomentan el conocimiento tecnológico como juego sólo funcionan, la mayoría de las veces, como planteamiento secundario frente a otras opciones tales como idiomas, música o deporte. Y no es que estas últimas sean poco importantes, ni muchos menos: es que pensamos que el aprendizaje y juego tecnológico debe tener la misma importancia y el mismo peso que los anteriores.

Un ejemplo de cómo en lo social se está alejando la tecnología y la robótica de los niños y niñas es la BIEMH. Qué mejor escaparate tenemos en nuestro entorno para mostrar a nuestros chavales lo que somos capaces de hacer, y que serán ellos en el futuro. Nuestra firma Larraioz Elektronika asiste como expositor de forma ininterrumpida a todos los certámenes de la Bienal de Máquina Herramienta de Bilbao desde la década de los 90. Hace ya años la organización del certamen nos daba pases de entrada gratuita para que los familiares de los trabajadores de las empresas expositoras pudieran ir a la feria como asistentes durante el sábado. Y ese mismo sábado los recintos estaban llenos de familias mismo sábado los recintos estaban llenos de familias enteras y multitud de niños y niñas que se maravillaban con las máquinas y los robots. Miraban, preguntaban, analizaban,… Y disfrutaban. Pero los tiempos cambian y esos niños ya no vienen a las ferias, seguramente no porque no tengan interés sino porque sus padres no les llevan, y la organización del certamen tampoco da ninguna facilidad a ello; no hay pases para los niños e incluso ya han eliminado el sábado como día de exhibición. De acuerdo; el fin del certamen es profesional, pero debemos de pensar no sólo en el presente sino también en el futuro.

Hace unas semanas he asistido al certamen IREX de robótica en la ciudad de Tokyo. La gran sorpresa no ha sido la multitud de gente que había por los pasillos y stands, viendo robots, ejes eléctricos y controladores inteligentes, sino que una parte importante de esos visitantes eran chavales. Y no eran jóvenes de estudios tecnológicos, universitarios o profesionales llevados desde el centro de formación, como es el caso de en nuestros certámenes, sino niños y niñas que iban acompañados por sus padres para que disfrutaran de los avances más impresionantes en el ámbito de la robótica. Los expositores por su parte, sin descuidar por supuesto el fin principal que es atender a los profesionales, enseñan y responden las preguntan de los chicos de la forma más correcta.

Se escuchan muchos aspectos negativos de la forma en que el pueblo japonés aborda el concepto del trabajo, con jornadas maratonianas, falta de vacaciones,… y es cierto que algo de verdad hay en ello. Al menos en algunos casos. Pero que haya aspectos negativos no quiere decir que no podamos valorar e importar los conceptos positivos.

En una nación como Japón entienden la importancia de fomentar este amor por la tecnología y la robótica que los niños tienen por naturaleza, y mantenerlo a lo largo de los años hasta que florezca en la forma de un profesional tecnológico; que no sólo tenga la capacitación adecuada para desarrollar su actividad laboral de forma óptima y eficiente, sino que además siga disfrutando como cuando era niño y no pierda la ilusión por el trabajo bien hecho. No en vano la sociedad japonesa está envejeciendo a un ritmo superior a otros estados, y necesita de máquinas y robots que trabajen por y para nosotros, y necesita igualmente de unos equipos de expertos técnicos, ingenieros y programadores que creen y mantengan estos equipos.

El mundo se está automatizando y robotizando.

La misma problemática que existe en Japón, ya está llegando también al resto de los países occidentales y a la vieja Europa, y los gobiernos y las sociedades se deben preparar para hacerla frente.

Nuestra empresa necesita más técnicos que tengan la capacidad y la motivación de imaginar, crear, programar y mantener robots que realicen las tareas ingratas, peligrosas y repetitivas. Los niños y niñas ya tienen la ilusión. Es nuestra obligación mantener limpio el camino para la transición entre estos chicos y chicas, y nuestros futuros profesionales.

Xabier Iturralde